
Desde el color rojo encendido pasando por los anaranjados hasta diluirse en el ámbar de lo intangible. No existe horizonte, es una vibración, una herida de luz. La textura, densa, intuitiva, indomable, brota desde lo más visceral. Cada trazo encierra una pulsación, como si el corazón del día se estuviera apagando con un último latido caliente. No hay contornos. No hay figuras. Solo una expansión de color que asciende y arde sin quemar, evocando esa hora en que todo parece posible y todo se despide al mismo tiempo. “Atardecer” es un cuerpo que siente. Una emoción sin nombre. Una despedida que abraza.