
Entre el oro del alma, el incienso del pensamiento y la mirra del cuerpo, el silencio se hace luz. En esta obra, se convierten los tres dones sagrados en un lenguaje visual donde el color se vuelve rito y la materia, contemplación. El oro irradia la memoria luminosa, lo eterno, lo incorruptible, lo que trasciende el tiempo. El incienso, suspendido en veladuras de grises y azules, evoca el pensamiento que asciende, la respiración del espíritu buscando su forma más pura. La mirra, con su tono terroso y orgánico, recuerda la raíz, el cuerpo y la fragilidad que también cura. La pintura se convierte en un espacio de tránsito entre lo visible y lo invisible, entre la herida y la luz. En esa alquimia, se invita al espectador a una experiencia íntima, un viaje hacia el punto donde lo espiritual se encarna y lo material se hace trascendente. Así, “Oro, incienso y mirra” no es solo una obra, sino una ofrenda contemporánea. Una meditación pictórica donde la luz se vuelve presencia y el silencio, revelación.